Domingo, 9 de octubre de 2011
Pues eso queda en el quinto pino, más o menos al otro lado del mundo. Se ve en el mapa muy cerca de Australia que, según nos decían en el cole, está en las antípodas. ¡Más lejos, imposible! Es decir, si nos ponemos a hacer un agujero en Madrid y seguimos escarbando hasta salir por el otro lado de la Tierra, veríamos de nuevo la luz del sol por allí, si no nos desviamos mucho hacia los lados.
El asunto surge, como casi todos los asuntos, de la noche a la mañana, sin avisar. De repente, ves que te rodea de manera fulminante y ya estás pillado, ya no puedes hacer nada. Mis amigos Jesús Trello (egiptólogo confeso entre otros vicios y profesor de economía en la Universidad Autónoma de Madrid en sus ratos libres) y Alfredo Serret, (matemático incombustible de verbo fluido y con una larga vida profesional dedicada a temas económicos), a los que me une la economía, algún viaje a Egipto y una tonelada de cariño mutuo, van a presentar una ponencia en un congreso científico en Surabaya (Indonesia). El tema trata de la evaluación de inversiones de carácter social y presenta un modelo basado en la matemática fuzzy o matemática borrosa, de la cual casi no había oído hablar.
El punto de inflexión se sitúa en el momento en el que a Alfredo lo tienen que someter a una operación quirúrgica para hacerle un implante en la cabeza del fémur, que le va a tener postrado durante algún tiempo y que le impedirá desplazarse al congreso indonesio. Surge entonces la posibilidad de acompañar a Jesús en sustitución de Alfredo y yo, sin pensarlo mucho, me presto. A partir de ahí ya va todo muy deprisa. Jesús, avezado en estas lides viajeras, engrasa la maquinaria y pone a funcionar ese dispositivo organizador que tan bien maneja. Casi a ciegas me encuentro en la víspera del viaje, prácticamente sin saber ni a dónde voy y con la maleta sin hacer. Resulta que voy a atravesar este planeta de cabo a rabo y no he preparado ni lo que tengo que llevar. ¡Qué diferencia! ¡Cómo cambiamos! El mundo se ha hecho mucho más pequeño con el paso de los años. Recuerdo lo nervioso que me puse la primera vez que vine a Madrid con mis padres. Me parecía una aventura inmensa lo de alejarme de mi ciudad. ¡Lanzarme al mundo! Entonces no teníamos san Google pero por todos los medios a mi alcance indagué para enterarme por adelantado de lo que me podía encontrar en la capital. Y ahora cruzamos el mundo para ir a Indonesia como si fuésemos de Lugo a La Coruña.
En fin, que mañana arranco.
Ya veremos si averiguo dónde está eso de Indonesia porque a mí me suena lejos.
Pues eso queda en el quinto pino, más o menos al otro lado del mundo. Se ve en el mapa muy cerca de Australia que, según nos decían en el cole, está en las antípodas. ¡Más lejos, imposible! Es decir, si nos ponemos a hacer un agujero en Madrid y seguimos escarbando hasta salir por el otro lado de la Tierra, veríamos de nuevo la luz del sol por allí, si no nos desviamos mucho hacia los lados.
El asunto surge, como casi todos los asuntos, de la noche a la mañana, sin avisar. De repente, ves que te rodea de manera fulminante y ya estás pillado, ya no puedes hacer nada. Mis amigos Jesús Trello (egiptólogo confeso entre otros vicios y profesor de economía en la Universidad Autónoma de Madrid en sus ratos libres) y Alfredo Serret, (matemático incombustible de verbo fluido y con una larga vida profesional dedicada a temas económicos), a los que me une la economía, algún viaje a Egipto y una tonelada de cariño mutuo, van a presentar una ponencia en un congreso científico en Surabaya (Indonesia). El tema trata de la evaluación de inversiones de carácter social y presenta un modelo basado en la matemática fuzzy o matemática borrosa, de la cual casi no había oído hablar.
El punto de inflexión se sitúa en el momento en el que a Alfredo lo tienen que someter a una operación quirúrgica para hacerle un implante en la cabeza del fémur, que le va a tener postrado durante algún tiempo y que le impedirá desplazarse al congreso indonesio. Surge entonces la posibilidad de acompañar a Jesús en sustitución de Alfredo y yo, sin pensarlo mucho, me presto. A partir de ahí ya va todo muy deprisa. Jesús, avezado en estas lides viajeras, engrasa la maquinaria y pone a funcionar ese dispositivo organizador que tan bien maneja. Casi a ciegas me encuentro en la víspera del viaje, prácticamente sin saber ni a dónde voy y con la maleta sin hacer. Resulta que voy a atravesar este planeta de cabo a rabo y no he preparado ni lo que tengo que llevar. ¡Qué diferencia! ¡Cómo cambiamos! El mundo se ha hecho mucho más pequeño con el paso de los años. Recuerdo lo nervioso que me puse la primera vez que vine a Madrid con mis padres. Me parecía una aventura inmensa lo de alejarme de mi ciudad. ¡Lanzarme al mundo! Entonces no teníamos san Google pero por todos los medios a mi alcance indagué para enterarme por adelantado de lo que me podía encontrar en la capital. Y ahora cruzamos el mundo para ir a Indonesia como si fuésemos de Lugo a La Coruña.
En fin, que mañana arranco.
Ya veremos si averiguo dónde está eso de Indonesia porque a mí me suena lejos.