De Java a Bali


Martes 18 de octubre de 2011

El chaval del hotel no nos despierta a las 4:45, como habíamos acordado. Lo hace a las 5 y media, cuando ya el taxi está en la puerta. A una velocidad insana terminamos de preparar los bártulos, desayunamos y nos lanzamos a la calle camino del aeropuerto. A esa hora ya hay mucha actividad tempranera en la calle, pero se circula con rapidez. El hotel 1001 Malam ha respondido a las expectativas que nos habíamos hecho. Está en una discreta segunda línea, no en pleno mogollón pero sí rozándolo. Es un hotel sin grandes pretensiones, decorado con acierto y con bastante gusto. Por otra parte, está muy bien de precio. Las cuatro noches nos cuestan a los dos 1.530.000 rupias, que suponen unos 125 euros. Hay que señalar que es más caro el fin de semana (405.000 rupias frente a 360.000 los otros días). Por cuatro cervezas a mayores, que tomamos el día que vinieron Vanesa y Oscar, nos cobran otros 80.000, es decir, 7 euros). No hay nada especialmente reseñable que lo haga sobresaliente. A destacar, el patio, pequeño pero con una vegetación frondosa y llamativa, la mesa y las dos sillas que hay frente a la puerta de cada habitación dando al patio, las maderas tropicales del mobiliario, el armario de bambú y las pinturas de salamandras gigantescas que adornan las habitaciones y una vespa amarilla en el hall de entrada. El personal es atento sin más.

Nos vamos. Abandonamos Java para irnos a Bali. Las inevitables previsiones que hay que tomar en estos casos hacen que lleguemos muy sobrados de tiempo al aeropuerto de Adisutjipto. Cuando terminamos de facturar son las 6:10 y hasta las 8:00 no sale el vuelo GA250 que nos llevará a Bali. Tenemos que pagar unas tasas para vuelos internos (35.000 rupias = 3 euros), lo que nos da permiso para acceder a otra sala, que ya no está tan masificada, aunque sí llena. Aprovechamos el margen que nos permite la espera para hacer balance de Yogyacarta, escribir un poco y hacer unas fotos de ambiente. Al final y con unos minutos de retraso sobre la hora prevista sale el vuelo. Durante el trayecto, Jesús habla largo y tendido con un chaval joven que va a su lado y que resulta ser un jesuita católico (hay un 5% de católicos en Indonesia). El vuelo es corto, el menú escaso, las azafatas secas.

Al llegar al aeropuerto de Ngurah Rai, en Denpasar, son las 10:20 tras adelantar una hora el reloj. Denpasar es la capital de Bali y tiene alrededor de medio millón de habitantes frente a algo más de 3,5 millones que tiene la isla. Tanteamos un par de taxis y aceptamos como último precio y sin regatear demasiado 110.000 rupias (cerca de 10 euros) por llevarnos al hotel, a unos 17 kilómetros. Durante el recorrido tenemos un primer contacto con Bali, con su arquitectura, con su geografía y con su ambiente. Es muy distinto a Java. Nos llama mucho la atención esa especie de puerta partida en dos que hay, a modo de acceso, en muchos edificios. También el que no se vean mezquitas por ningún lado, porque en Java había por todas partes. Vemos templos. Templos y templos. Es verdad que a Bali se le conoce como la isla de los mil templos, pero si siguen apareciendo a estas velocidades es fácil que tengamos que modificar la denominación para llamarle la isla de los cien mil templos. Se nota muy diferente a lo que hemos visto, incluso la gente es distinta, la raza es otra. También da la sensación de que es mucho más turístico. En el aeropuerto se apreciaba una cantidad importante de gente blanca. Tiene un aspecto más vacacional, más de disfrute. Playita, música y cerveza. Muchos australianos y norteamericanos.

El hotel responde perfectamente a esos parámetros de relax vacacional (Es el Bumi Ayu Bungalows, en Jalan Bumi Ayu, Sanur. www.bumiayuhotel.com). Los bungalows están emplazados en medio de un auténtico vergel. También disponen de un porche frente a la entrada (con una mesa y dos sillas) y mosquiteras en las camas. De entrada, una vez aposentados, decidimos refrescarnos pegándonos un baño en la piscina. Todo muy sugestivo, el ambiente, la calma, el enclave, la vegetación, pero falla algo importante: no resulta nada refrescante. Le propongo a Jesús irnos a bañar al mar, conocer las playa. Estamos a un paso, cinco minutos andando. La palabra que nos viene a la cabeza al observar el panorama que se nos presenta ante los ojos es: paradisíaco. Una playa extensa, una cantidad precisa de gente, sin agobios, barcas con colores vivos, palmeras, vegetación tropical, azul marino y azul cielo fundiéndose armoniosamente en el horizonte, cometas, hamacas y zumos. Completan el panorama una especie de palafitos, diseñados para complementar el disfrute del mar, auténtico protagonista en esta zona (no hay que olvidar que aquí el descanso final para las cenizas de los difuntos es el mar). Un auténtico lujo visual.



Caminamos un poco para terminar de absorber las nuevas sensaciones y después nos lanzamos a probar el sabor de las aguas del océano Índico. Mi primera “decepción” (si se le puede llamar así) viene a través de la temperatura, el agua está caldosa, no resulta refrescante. Prefiero “chocar” con el agua, que el contacto suponga una reacción, un revulsivo, que térmicamente no resulte indiferente estar o no dentro. Claramente me resulta más placentera y más emocionante la sensación que experimento al bañarme en Galicia.

A partir de ahí, de manera casi automática, la imagen bucólica de la foto balinesa empieza a perder fuerza, la acuarela empieza a aguarse. Hay que alejarse mucho para poder nadar, es demasiado trecho el que caminar pisando un fondo incómodo, con altibajos y mezcla de arena y roca. Puede ser el lugar ideal para un kitesurfista o para quien venga a tomarse una cerveza en una tumbona, pero no para el que busca disfrutar del agua dándose un baño. Al salir comprobamos preocupados que los hoteles han invadido casi toda la primera línea de playa, con lo que los accesos a la misma son escasos y complicados. Muchas veces no hay más remedio que cruzar a través de las instalaciones de los hoteles para llegar. El encanto empieza a parecernos más aparente que real, se desdibuja cuando pretendes palparlo de cerca y tocarlo. De la imagen paradisíaca pesa en este caso más la imagen que el paraíso. Ciertamente estamos en Sanur, al este de Denpasar, que es la primera zona que se ha comercializado en Bali para el turismo. Las playas del oeste (Kuta, Jimbaran, Legian) tienen mucho más atractivo.



Regresamos, nos acicalamos y salimos a cenar. Por la calle te asedian los nativos ofreciéndote de todo, fundamentalmente transporte para visitar la isla. Uno de ellos nos ofrece chicas. Nos hace gracia el depurado marketing que utiliza para vender. Dice despacio la palabra Coca-cola mientras pone morritos, entorna los ojos y con las dos manos hace que perfila el cuerpo de una mujer (o el envase de una Coca cola). Después de un pequeño tanteo en busca de una cena apetecible por la calle principal, decidimos entrar en el Rasa Senang, un restaurante de cocina indonesia en la calle Ngurah Rai. Jesús pide un Sate Campur (que al parecer tomaba cuando sus hijas eran pequeñas en un indonesio en Madrid), y yo un Ayam Panggang Kecap. Con otro Nasiputih (plato de arroz), una cerveza, una coca cola y un 10% de tasas, la cuenta asciende a 184.300 rupias (15 euros). Al terminar nos vamos paseando hasta un centro comercial que hay cerca (Hardy´s). Ojeamos los precios de diferentes artículos para tener una referencia y compramos 3 botellas grandes de agua a 17.820 (1,5 €) cada una y un racimo de plátanos pequeños, que cuestan 9.348 rupias (80 céntimos).

Una de las cosas llamativas de Bali son los árboles de flores. Nosotros no estamos acostumbrados a ver grandes árboles con vistosas flores de colores, no es frecuente. En Bali, sí. Los balineses utilizan para muchas cosas las abundantes flores de las que disponen. Las vemos en las ofrendas que realizan diariamente a los dioses, en la decoración de las mesas y de las instalaciones de las casas y de los hoteles, en los templos, en los altares. Es muy habitual encontrar en la recepción de un hotel o en la entrada a una casa un gran recipiente con agua en cuya superficie flotan flores. También suelen verse adornando el peinado de las mujeres y embelleciendo las orejas tanto de las hembras como de los hombres.

Nos vamos a descansar. En el trayecto charlamos sobre las grandes diferencias que se perciben entre las dos islas, diferencias culturales, religiosas, étnicas, de hábitos, de vestimentas. Como en Java, la gente aquí también es atenta, amigable y se percibe un clima de seguridad, un ambiente tranquilo. Huele a flores, a naturaleza, a exuberancia y se respira algo parecido a espiritualidad en el ambiente, aunque no es fácil de concretar y menos de explicar. Hay muchos más extranjeros que en Java, fundamentalmente australianos y norteamericanos, aunque también europeos (alemanes e ingleses, algún francés, casi ningún español).

Por la noche, mientras yo trato de conectarme a internet, Jesús planifica las visitas para los días que nos quedan: la isla es famosa por sus templos, por sus paisajes y por sus volcanes. Hay que verlo. El norte es montañoso y es a dónde hay que dirigirse para ver los lagos de origen volcánico, las terrazas con los cultivos de arroz o los impresionantes templos. La ventaja es que, aunque estamos en el sur, la isla de sur a norte mide 90 kilómetros, lo que nos va a permitir desplazarnos hacia los sitios de interés y regresar sin problemas a dormir al hotel.



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