Un viaje en tren para no olvidar


Viernes, 14 de octubre 2011

El día amanece con la respiración contenida. Algunas nubes en el cielo y el pulso desacompasado indican cambios, novedades. Tengo sensación de movimiento. Al leer la prensa nos enteramos del terremoto en Bali. Nos tememos que en España se van a preocupar más que nosotros.

Nos sentimos acelerados sin ganas. En contra de lo recomendable y de la misma esencia de las vacaciones, durante éstas se anda un poco atolondrado. Hay que ser conscientes de ello. Los programas son apretados y muchas las cosas a conocer, pero saber frenar resulta imprescindible. Hay que mantener un equilibrio razonable para disfrutar intensamente de las salidas y no morir en el del intento.

Hoy toca cambio. Nos vamos a Yogyakarta (Yogya dicen aquí) Nos levantamos a las 6 para estar en la estación a las 8 y coger un tren que arranca a las 9.Nos despedimos con pena de Ludia y del resto del personal del hotel y cogemos un taxi par air a la estación. En el camino hacemos un resumen de nuestro paso por Surabaya y le ponemos una nota alta. La excelente ponencia de Jesús, el carácter abierto de los indonesios y nuestro ánimo obtienen las mejores puntuaciones. Nos acordamos mucho de Alfredo y nos apena que no haya podido disfrutar en directo del éxito y de la gran acogida que ha tenido en la ICOMs gracias a su modelo y a la matemática fuzzy.

La estación es un hervidero de actividad. Al pedir los billetes a Yogya, la taquillera responde de inmediato que no puede ser, que no hay executive hasta las 13 horas. Cuando  se entera de que queremos viajar en economy class dice que no de palabra y frunce el ceño, cómo preguntándose si seremos conscientes del error que vamos a cometer. Insistimos y la chica renuncia a convencernos con un gesto de resignación. Los billetes nos cuestan 26.000 rupias a cada uno (2,2 euros), frente a los 90.000 que nos costarían como mínimo en executive class.

No nos dejan pasar a los andenes. No está permitido el acceso con tanta anticipación. Mientras Jesús se sienta con los equipajes a esperar yo me doy una vuelta por los alrededores. Cientos de becaks (bici-taxis) se apilan en la puerta del recinto. Muchos de los conductores duermen esperando clientes. Me enrollo con algunos. Nadie habla ni una palabra de inglés pero la universalidad del lenguaje gestual nos permite conversar de muchas cosas. Todos aceptan de buen grado cuando les digo que quiero hacer unas fotos. Me siento a gusto.

Me doy cuenta de que uno se va acostumbrando cada vez más a la diversidad, con todo lo que de positivo y de negativo ello entraña. De una parte resulta interesante, puesto que te permite ahondar y acercarte con más naturalidad a gente do otras culturas y a formas distintas de plantearse las cosas. De otra (y casi pensando exclusivamente en la fotografía), esta proximidad entraña inevitablemente familiaridad y, de alguna manera, hace que no andes con los ojos tan atentos. Sin querer, el entorno va dejando de ser algo extraño, no tuyo, te sorprende cada vez menos y, en consecuencia, te pasan más desapercibidas algunas imágenes.

Una vez dentro de la estación, un hombre maduro y con un más que aceptable acento inglés intenta convencernos de nuevo para que cambiemos los billetes. Incluso nos habla de las ventajas de hacer el trayecto en taxi si no queremos esperar. La economic class no es recomendable en ningún sentido, mucha gente, servicios en malas condiciones, robos y demasiadas paradas, son razones suficientes para no intentarlo. Cuando comprueba que no estamos por la labor, su gesto deja ver que nos abandona a nuestra  suerte. Una mujer de Yogyakarta, sentada todo el tiempo al lado de Jesús,  a la vista de lo sucedido, toma el relevo para tratar, también  inútilmente, de disuadirnos para que no hagamos locuras.


El tren es indonesio, no alemán. Sale con una hora de retraso sobre el horario previsto. Entramos en el vagón 6 y nos sentamos en los, asientos 13D y 13E (¿presagio de mala suerte?), que tenemos asignados. El tren va bastante saturado, los asientos son corridos, forrados de un plástico azul grisáceo, con lo que, por suerte,  no se evidencia en demasía la enorme cantidad de mierda que acumulan. Los cristales, muy sucios, prácticamente imposibilitan la toma de imágenes fotográficas. No hay maletas, todo se transporta en cajas de cartón o en bolsas de plástico y está todo permitido. Hay gente que lleva gallinas como equipaje de mano. Hay permisividad. Se `puede cantar, se puede comer y beber, se puede fumar. Todo, absolutamente todo menos lo que se tira directamente al suelo, va a parar a las vías, restos de comida, envoltorios de diverso material, botellas de plástico, latas de refrescos, cajas, paquetes de tabaco, periódicos.

Empieza a pasar gente ofreciéndote de todo. Es una especie de venta personal a domicilio, con test y prueba de calidad del artículo. El vendedor deja el objeto en tu regazo y se marcha. Poco después pasará a recogerlo si no te quieres quedar con él. Entre estación y estación pasa gente lisiada (ciegos que rezan o recitan, entre otros) pidiendo limosna o conjuntos musicales de chavales, con cuerda y percusión (una guitarra española y una mini batería casera hecha a base de tubos de PVC de distinto diámetro).

Es complicado por extenso hacer el inventario de artículos que se ofrecen. En alimentación, prácticamente todos: desde platos combinados envueltos en hojas de cocotero, en papel de estraza o de periódico, hasta sopas instantáneas al gusto, pasando por dulces tradicionales, pastas o raciones de fruta fresca. En bebidas el abanico se acerca al infinito a pesar de no haber en cirrculación ninguna clase de bebidas alcohólicas. Otro tipo de artículos variados objeto de merchandising que pasan ante nuestros ojos son utensilios de cocina, prendas de vestir, cortadoras de pelo, juguetes, telas, batik o pájaros. También ofrecen servicios variados in itinere, como masajes o peluquería. Una de las iniciativas emprendedores que más nos llama la atención corre a cargo d eun chaval de 12 o 13 años que, sabiendo que la porquería se va acumulando en el suelo del vagón, pasa con una escoba recogiéndola. Cuando libera tu zona de la basura, te pasa el bote para que le retribuyas el esfuerzo con una propina.

El tren economy class a Yogyakarta resulta un auténtico espectáculo, colorista, popular y entretenido, algo digno de vivirse. La gente nos atiende con amabilidad, nos invitan a compartir cosas y quieren saber qué nos interesa y en qué pueden ayudarnos. Estamos encantados de que no nos hayan convencido para cambiar los billetes. Es un viaje de los que hacen abrir los ojos. Durante el trayecto se han sentado con nosotros un estudiante adolescente, bien vestido y educado, un tío desaliñado capaz de fumarse un paquete de cigarrillos por hora, el padre de unas chicas simpatiquísimas que se partían de risa con las ocurrencias de Jesús, una chica muy gorda que portaba orgullosa una cajita de cartón con un canario, un apuesto policía joven con ganas de practicar inglés y un hombre sonriente que había trabajado seis años en Corea y que hablaba bien seis idiomas y un poquito de español. Una característica en común es que todos, en varios momentos, utilizaron el móvil para hablar, para enviar mensajes o para las dos cosas.

El tren hace muchas paradas. Al final los 300 kilómetros casi tardamos en hacerlos ocho horas. Tendríamos que haber llegado a las 15:27 pero llegamos dos horas más tarde. El policía del tren se acerca a despedirse de nosotros para comprobar que no tenemos ningún problema. Negocio con un taxista el trayecto hasta el hotel. Me pide 100.000, le ofrezco 40.000 y, al final cierro el trato por 50.000 rupias (4 euros y pico).

El hotelito (16 habitaciones) está situado en un callejón estrechito, muy cerca de la calle principal (Malioboro) que desemboca en el palacio real. Se llama 1001 Malam Hotel (Sosrowiajan Wetan GtI/57. info@1001malamhotel.com. Tel +62274515087). Frente a él hay un restaurante con una ikurriña en la fachada, que se llama Mi casa es tu casa. Presume en la carta de platos a base de serpiente pitón y de cobra. Nos encontramos con una pareja de españoles (Vanesa y Oscar). Pamplonicas y muy majos, mientras tomamos una cerveza en la terraza del hotel, nos dan toda clase de explicaciones acerca de lo que conviene ver y de aquello en lo que no debemos de perder mucho tiempo. También comentan las dificultades que han tenido y los precios que han pagado por cada cosa. Se lo agradecemos porque hace que ganemos mucho tiempo. Nos acompañan directamente a la agencia con la que han ido hoy a Borobudur (Bio Oshy. Sosrowijayan, 18 Tel. 0274-7827788 geappenk@yahoo.com). Contratamos para mañana un coche con conductor para hacer el viaje al volcán Merapi, a Prambanan, a Ratu Boco y al espectáculo del Ramayana ballet. Nos cobra 350.000 rupias, unos 30 euros. También contratamos para pasado mañana (día 16) el viaje a Dieng plateau y Borobudur. En este caso nos cobran 400.000 rupias, que vienen a ser unos 33 euros.

Después nos vamos a dar un paseo nocturno por la calle principal y nos sentamos en el suelo de un chiringuito callejero a tomar unos platos de arroz con un muslito de pollo a la brasa y un té. Nos quieren engañar con la cuenta, metiéndonos una ensalada que no hemos tomado y una bebida de más. Hacen que no nos entienden, pero le corrijo la factura y le pago exactamente lo que pone en  la carta (48.000 rupias en total frente a las 59.000 que nos querían cobrar). Es conveniente repasar siempre la cuenta y el cambio. A menudo hay fallos. Ya en cuatro ocasiones nos ha pasado que o bien estaba mal la suma, o habían incluido algo que no habíamos tomado, o en la vuelta nos daban un billete de 1.000 por uno de 10.000 rupias.

A las 12 durmiendo. Mañana nos levantamos a las 5:30 h.



1 comentario:

  1. Jose Luis, a qué eres tú el que negocia los transportes.... pues ten cuidado con mi tío que si te descuidas se sienta en el taxi antes de que termines la negociación y te quita todo el poderrrrr, pregúntale, pregúntale, jajajajajaja.
    Qué guay!!! cómo me habría molado ir en ese tren, eso es lo genial de estos viajes, el contacto con la gente en su más amplio sentido, porque seguro que el tren iba "petadísimo", jajajaja

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