Una pareja a admirar, Siem y Ratyó


Sábado 15 de octubre de 2011

Iniciamos la jornada con un paseo tempranero por la calle más céntrica de la ciudad, Malioboro. La actividad ya está desatada a esa hora. Nos paramos muchas veces a ver cosas, a preguntar y a hablar con la gente. Casi no hay europeos por la calle, lo que hace que nos perciban como ejemplares exóticos. Los niños se nos quedan mirando y algunas personas nos piden que les dejemos fotografiarse con nosotros. Invertimos una hora en hacer el kilómetro que nos separa del Palacio del Sultán. Hoy no se puede visitar porque están con los preparativos para la boda de la hija del presidente. Entramos en la oficina de correos a comprar algunas postales y sellos para amigos de Jesús que coleccionan. Son muy bonitas. Hacemos un tanto apresuradamente el camino de vuelta para llegar antes de las 11 al hotel, donde hemos quedado con el taxi. Nos paramos en la Oficina de Turismo, en la que una chica (Ena), con diligencia pasmosa y gesto tosco nos tranquiliza sobre los seísmos en Bali (no hay previstas réplicas) y nos facilita toda clase de explicaciones acerca de las oficinas de cambio, lo que cobran los taxis por ir al aeropuerto, los bailes regionales, la artesanía local, etc.

El primer sitio que vamos a visitar es el lugar donde el año pasado se produjo la erupción del volcán Merapi. El aspecto que presenta la zona en la que el río de lava arrasó todo lo que encontraba a su paso es verdaderamente dantesco. Una capa de tres metros de ceniza sepultó campos y casas a los ojos del mundo y dio al lugar un aspecto pavoroso. Da miedo pensar en ese día de noviembre de hace menos de un año. Me recuerda en algún sentido al incendio del rodenal de Cobeta, en Guadalajara, en el que estuve haciendo fotos unos días después de aquel desastre en el que murieron once personas, si bien allí dominaba el color del carbón y aquí predomina el gris ceniza En cualquier caso, agresión, dolor y muerte.


Es una ladera entera la que ha sucumbido bajo la lava y aquí nadie ha retirado los árboles que han 
. Del manto gris que lo cubre todo sobresalen los árboles que se han resistido a la avalancha, que se mantienen erguidos y pelados como agujas. En medio, todos los que han perdido, los que no han soportado el envite. Han sido arrastrados monte abajo y se han varado caprichosamente en cualquier sitio. Sus cadáveres se esparcen por la ladera de la montaña. Raíces descomunales miran al cielo descolocadas. Sorprende también la figura majestuosa del poderoso Merapi desde la distancia, emergiendo entre la niebla y también la profundidad del cañón, en el que un hilo casi insignificante de agua ha conseguido horadar una brecha inmensa en el paisaje.

Cerca del aparcamiento, me llama la atención desde la distancia una única pared que queda en pie de una casa, tapada con ceniza hasta la ventana. Decido acercarme a fotografiarla. Una mujer mayor reclama mi atención, me dice que me acerque a la choza de tablas, bambú, y palma que han construido y en la que ahora viven desde que el desastre del año pasado arrasó su casa. Dentro de la choza han metido toda la vida y se abarca con un solo vistazo: su hombre, un camastro que sirve también de asiento y de mesa, a la derecha y cerca de la puerta una cacerola en un trébede sobre el fuego de leña, cuatro útiles de labranza en la pared y una despensa formada exclusivamente por unos cuantos tubérculos colgados de una cuerda. Es precisamente lo que están cociendo en el fuego y es de imaginar que casi su alimento en exclusiva. Nos invitan a degustarlos y, por cortesía, aceptamos. Se pelan con facilidad y la sorpresa es que tienen un sabor dulce y suave. Están muy ricos. 

Ellos se presentan y nosotros también. Ella se llama Siem y él Ratyó. Nos fotografiamos con ellos, que sonríen con ganas. Está claro que no son las circunstancias las que conforman el ánimo. Esta gente no necesita móviles ni televisión, ni luz eléctrica, ni tienen agua corriente, ni lavabo, ni ducha, ni váter. Viven con lo puesto y no hace mucho, han tenido que presenciar cómo un torrente de cenizas hacía desaparecer para siempre su casa, sus enseres y sus cosechas. Y sonríen. Y sonríen de verdad porque todo les parece un regalo. Nosotros estamos agradecidos por la hospitalidad que nos muestran y por su entereza. Las 50.000 rupias que le damos al marchar (normalmente damos 2.000 ó 5.000) son recibidas con todo clase de gestos de agradecimiento. No entendemos lo que dicen pero sabemos por la celebración que hacen, que el detalle les ha sonado a  música celestial. Nos vamos encantados de haber disfrutado de la pareja.


Damos una vuelta por los alrededores viendo los estragos que ha hecho el volcán enfurecido. Se rueda un documental en la zona calcinada. Nos paramos en algunos puestos. Nos llama la atención algo que no es muy frecuente. Los vendedores nos dan todas las explicaciones necesarias sobre el producto que ofrecen, se entretienen contigo todo lo que sea preciso pero, (¡qué maravilla) no se molestan si decides no comprar, y te despiden dándote las gracias. Poco después nos paramos en un puesto callejero en el que vamos a disfrutar de una exquisita sopa de pan con verduras y de unos plátanos gigantes muy sabrosos. Nos ha gustado la simpatía de las dependientas y las robustas mesas de bambú, frente al cañón calcinado. A las tres chicas les hace mucha gracia que una pareja de europeos se haya parado en su puesto. El diálogo, sin idioma común, es fluido.

Nos sentamos y desde nuestro puesto observamos lo que a nuestros ojos (y quizás a los de cualquiera) consideraríamos una locura, un riesgo o cuando menos una imprudencia, ya que, dentro del mostrador (de bambú), sobre una pequeña plancha metálica, tienen un tronco ardiendo para calentar el agua. Cualquier descuido incendiaría el mostrador y el chiringuito. Nos hemos aficionado a las sopas. Ellos (los autóctonos) las toman a todas horas. Son estupendas, variadas, nutritivas, pueden aderezarse de muchas maneras y, además, se hacen con agua hervida, lo que supone casi siempre una garantía adicional necesaria. Las chicas reclaman en algún momento los servicios de un amigo artista, que acude en su silla de ruedas, para hacer las veces de traductor. Cuando nos levantamos con ánimo de irnos le gastamos la broma de que nos vamos a marchar sin pagar y se ríen. La comida resulta ser lujo divino a precio de ganga (12.000 rupias, 1 euro).


Nos encaminamos hacia Prambanan y el chófer nos deja como si tal cosa en un restaurante frente al templo, en el que el detalle de llevarnos a nosotros, le supone a él comer gratis. Para colmo no sale barato y, además, también se equivocan en la cuenta (¡qué raro!, nunca a favor del cliente).


El llamado templo de Prambanam es en realidad una agrupación de espectaculares templos hinduistas (240). Los tres templos mayores, alineados, están dedicados a Brahma, Shivá y Visnú. Parecen tres puntas de lanza encaradas al cielo. Frente a ellos, otros tres templos más pequeños en honor a las monturas de estos dioses, que son respectivamente, un cisne, un toro y un águila con cuerpo humano.

En el interior del templo de Visnú encontramos una gigantesca estatua de Buda sentado, lo que evidencia una reutilización del templo en una época posterior a su construcción. El templo dedicado a Shivá estaba cerrado y en el templo de Brahma hay una estatua del dios, de pié y con tres rostros, mirando simultáneamente hacia el frente y hacia ambos lados.

Los tonos grises que hoy presenta la piedra debido a la agresión descarnada de las cenizas del volcán, han eliminado todo rastro de color y hacen muy difícil imaginar cómo sería este templo hinduista, posiblemente pintado de vivos colores y con fuertes contrastes. Al parecer, aunque no la vimos, hay una inscripción de lo que pudiera ser la primera piedra, que data del año 856. El conjunto está clasificado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1991.

Nos entretenemos visitando los templos y haciendo fotos de detalles en varios de ellos para salir después, con el tiempo un poco justo a ver otro importante templo budista en los alrededores y el segundo mayor de la isla, que es el templo de Sewu. Hacemos una visita a la carrera porque nos dicen que lo cierran en 20 minutos. Suficientes para darnos cuenta de que estamos ante un templo completamente diferente al de Prambanan en su concepción arquitectónica. Aquí no encontramos diferentes templos dedicados a diferentes dioses, éste es un templo budista. Hay un gran templo central, en el que presumiblemente estaba la estatua de Buda y, en cuadrado a su alrededor, una diversidad de templos auxiliares escoltan al central. El momento, aunque corto, es maravilloso. El sol empieza a ponerse en el horizonte occidental y la figura del templo central se recorta majestuosa al contraluz cuando nos alejamos del templo por la puerta oriental.

Cuando terminamos, el chófer sale atropellado hacia Ratu Boko, donde ha quedado a esta hora con el chófer que lleva a Vanesa y Óscar, para terminar la jornada e irse ya uno de los dos a Yogya. A pesar del frenesí, cuando llegamos a Ratu Boko ya está anochecido y decidimos no entrar porque lo interesante era la puesta de sol desde el interior. Nos damos una vuelta por los alrededores con Vanesa y Óscar y vemos el complejo desde una loma próxima. Tenemos desde esa altura una buena panorámica del entorno aunque ya con poca luz. Decidimos irnos a cenar al restaurante que hay dentro del recinto de Prambanan temple, antes de que comience el Ramayana ballet, al que vamos a asistir. La cena es un bufet sabroso y variado en un marco incomparable con el templo iluminado al fondo. Los menús son a 70.000 rupias, pero al final pagamos entre todos 380.000 rupias, que vienen a ser unos 32 euros.

El Ramayana Ballet Pranbanan es un espectáculo de música y danza por el que pagamos en primera fila Vip (llaman así a la platea preferente) 250.000 rupias cada uno (21 euros). En la entrada nos hacemos unas fotos con los protagonistas y, ya en acceso al teatro nos ofrecen té y pastas y te regalan una figurita de recuerdo. El programa resulta de interés. Representa uno de los episodios del Ramayana, un relato épico, que narra cómo el rey de los demonios rapta y seduce a Sita, la mujer de Rama. Hanuman, el gran mono blanco, llega a la tierra que habitan los demonios y lucha con ellos para rescatarla. Es un espectáculo de interés histórico y bien puesto en escena aunque, a mi entender, con demasiadas concesiones a la galería. Se buscan actualizaciones facilonas haciendo incursiones musicales a través del rap, del break dance y de algún otro ritmo moderno. Y, por otra parte se pretende la complicidad arrancando la risa del público con gestos burdos, lo que desluce en alguna medida la seriedad y la validez de la representación y del espectáculo.

Al terminar volvemos con prisas al hotel. Antes de llegar nos pasamos por el super y, otra vez más, extraños lapsus contables. En principio nos quería cobrar por unos frutos secos y una botella de agua 19.000 rupias. Cuando le pedimos el ticket el precio se había comprimido hasta las 15.000. (¿Más equivocaciones?). Todos estamos cansados. Óscar y Vanesa se van mañana. Óscar se pasa por nuestra habitación con las últimas recomendaciones para cuando estemos en Bali. Se lo agradecemos y nos acostamos.

Mañana, seguro, será otro día.


2 comentarios:

  1. Qué buenos recuerdos me traen todas las descripciones que estás dejando sobre los templos hinduistas. Es una pasada! qué curioso es el hinduismo.....
    Quiero ir allíiiiii!!! Dile a mi tío que va a tener que repetir viaje, que esto tiene una pinta...
    Muchos besos para los dos!

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  2. Por cierto, qué bonito momento el de Siem y Ratyó...

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