Elephant Cave, Pura Gunung Kawi y Ubud

Viernes, 21 de octubre 2011

Una sensación amarga empieza a apoderarse de nosotros cuando nos damos cuenta de que el tiempo empieza a presionar. A pesar de ello, cada uno por su cuenta decidimos por un lado no apearnos del viaje hasta el final y por otro no andar de cabeza por querer verlo todo. Mejor no ser ambiciosos, gastar el tiempo sin agobios en lo que nos apetezca y dejar para la próxima (que la habrá) lo que quede pendiente (que siempre será mucho). Vamos a dedicar el día a ver sin prisas la Cueva del Elefante, Pura Gunung Kawi y el pueblo de Ubud.

No hace falta más que ver las estatuas de criaturas mitológicas que hay por todas partes, los altares o santuarios anexos a cada casa, los abundantes templos desperdigados por toda la isla, las bandejitas de bambú con flores e incienso en cada casa, cada tienda y cada coche, para darse cuenta de que en Bali se vive con intensidad la religión. En esta isla la religión mayoritaria es el hinduismo, pero se trata de un hinduismo un tanto especial al haber fusionado las creencias importadas de la India con las suyas propias, con sus deidades y con sus espíritus, lo que dio lugar a esta religión propia, a este hinduismo balinés que sólo se practica en esta isla.
La llamada Goa Gajah o Elephant Cave es un lugar sagrado para adorar al dios Shiva y a su hijo (con cabeza de elefante) Ganesha. El lugar fue descubierto durante unas excavaciones en 1923. La cueva, que fue abierta al publico en 1954, está situada en el fondo de un pequeño desnivel. La entrada nos cuesta 15.000 rupias (1,2 €) per cápita. Al lado de la cueva hay 6 estatuas de figuras femeninas que echan agua a lo que pudo haber sido un depósito de agua o una piscina. Dicen que el agua que allí mana tiene la propiedad de mantener la juventud eternamente. Como no tengo ninguna duda de que las meigas las hay aunque no crea en ellas, no quiero desaprovechar la posibilidad de poder gozar de una juventud eterna de regalo y le pego un buen trago al caño.
Muy cerca de las estatuas, en un lateral, esa gruta llamada la Cueva del Elefante. Se puede entrar a ver la antigua ermita donde aun se conservan un par de estatuas de Ganesha y cuya entrada está guardada por una amenazante cabeza de dragón con la boca muy abierta, esculpida en la piedra. La cueva no es muy grande y tiene tres altares. En el interior una joven occidental, posiblemente australiana o inglesa, se hace unas fotos rezando junto  a los lingam (esos símbolos fálicos que representan al dios Shiva) y después quiere hacerse una foto también con nosotros.
En una zona secundaria y algo retirada, dos mujeres se afanan en elaborar las cestas con presentes para los dioses y preparan la comida en una rústica cocina de leña. Las ofrendas a los espíritus se realizan en pequeños cestitos de bambú adornados con hoja de palma, flores frescas de colores, algo de comida e incienso. Nos atienden muy solícitas y sonrientes, pero no interrumpen en ningún momento su actividad ni levantan la vista de su trabajo para responder a nuestras preguntas. Ni tan siquiera se desconcentran cuando con gran expresividad en los gestos nos agradecen las 5.000 rupias de propina que les damos.
De allí nos fuimos a Pura Gunung Kawi que es probablemente el complejo de templos más antiguos de Bali y el más sobrecogedor. Está situado en un emplazamiento fantástico al fondo de una ladera por el que discurre un río, al que se accede tras descender alrededor de 300 escalones (que luego hay que subir). La bajada se realiza en medio de grandes y vistosas plantaciones de arroz en bancales. Antes de la entrada, un cartel indica que es obligatorio entrar vestido decentemente con un pañuelo atado a la cintura y que está prohibido el acceso a las mujeres que tengan la menstruación. Las entradas cuestan 15.000 rupias por cabeza.
Ya dentro, sorprenden los gigantescos santuarios en los que se alojan impresionantes esculturas de gran tamaño esculpidas en la roca (al parecer durante el siglo XI y, según reza la leyenda, obra del gigante Kebo Iwo con sus afiladas uñas). El paisaje es sobrecogedor por la solemnidad del recinto en sí, por la sensación de paz, por el ambiente un tanto inquietante y a la vez paradisíaco que se respira y por la situación. A todo ello hay que sumar una vegetación exuberante en los alrededores y el atractivo que añade al enclave el río que recorre el fondo del cañón y las fuentes de agua que se reparten por todo el conjunto. Un lugar que irradia serenidad e invita al recogimiento. Una belleza relajante para los ojos y para el espíritu.
Al regreso nos asaltan los vendedores de artesanía. No se puede decir que estén estratégicamente situados porque en la subida no tienes más remedio que pararte de vez en cuando a recuperar el fuelle y te pillan sin remedio. Jesús se entretiene en un par de puestos depurando la técnica del regateo en la que va adquiriendo gran maestría. Ha llegado a la conclusión de que, por regla general, los artículos se pueden sacar por una quinta parte del precio inicial que te piden, por lo que, en primera instancia, hace una oferta por la décima parte para luego llegar al precio de referencia. Y suele acertar. Aprovecha las paradas para comparar distintos precios en diferentes puestos y termina comprando algunos regalos.    
El último punto del orden del día es Ubud, una ciudad de cerca de un millón de habitantes. Es un importante centro cultural en la isla. Observamos que está lleno de tiendas de artesanía, salas de exposición, restaurantes y hoteles. El conductor nos deja en las inmediaciones del palacio real, plagado de policías porque está el rey de paseo por la ciudad. Nuestro objetivo es le mercado central de Ubud, seguramente el mejor lugar para hacer compras, aunque hay que tener cierta experiencia. 

Hay cientos de tiendas con toda clase de artículos y es donde se pueden conseguir cosas baratas si eres un buen negociante y regateas con tino. En las primeras conversaciones suele aparecer reiteradamente la palabra bankrupt (bancarrota), cuando haces una oferta exagerada a la baja. Ponemos en práctica nuestras habilidades (que ya son muchas) y dedicamos un rato a hacer algunas compras y muchas fotos a pesar de que la luz (está todo cubierto con lonas y en penumbra) no es muy favorable.  En un momento se arma un revuelo importante. Preguntamos y nos dicen que irrumpe en el mercado el presidente (suponemos que de Indonesia) y su séquito.
Atardece y regresamos cansados a nuestro bungalow. Tanteamos unos cuantos restaurantes en las inmediaciones para una cena en condiciones. Al final optamos por Lilla warung (warung = restaurante), muy cerquita de donde nos alojamos (Bumi Ayu, 6. Sanur). Nos atiende una chica muy atenta que se llama Tari. Dos cervezas (36.000) de entrada, un Tutu Ayam y un Ayam Calapan. De postre, Balinis pancake. Total 121.000 rupias (10 euros).  

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