Volar por los aires

Lunes, 10 de octubre de 2011


El Boeing 737, como si tal cosa, avanza hacia el norte a diez mil metros de altura sobre un mar algodonoso que proporciona al paisaje aéreo un tono irreal y absolutamente  fantástico. Dentro del avión conviven gran variedad de tipos entre el pasaje. Los jóvenes holandeses de la fila anterior se achuchan arrebatados cariñosamente mientras la morenaza del chándal deja al descubierto cuando se lo quita una camiseta de tirantes del campeonato de Europa de culturismo y unos brazos musculados en exceso. Casi al mismo tiempo, cuando pasa la azafata rubia por delante, la mujer negra de enfrente le pide con acento americano una segunda botella de vino chileno. Un poco más adelante el pelopincho rubio de la cuarta fila, cuarentón y amanerado, sigue de pié en el pasillo tomando notas sobre no se sabe qué. Jesús dormita en el asiento de al lado. Me ha estado contando hasta hace nada muchas cosas interesantes del último viaje que han hecho a México (pirámides, ceremonia, civilizaciones, gente) y hablamos también largo y tendido de Granada, de los hijos y de lo chungo que se presenta para ellos el futuro inmediato y el futuro aplazado.

Sé que Amsterdam está lejos, pero compruebo en el mapa de la Holand Herald, la revista de KLM, que Indonesia se sale de los límites. Juego a adivinar lo que nos quedará después, de Amsterdam a Surabaya. Mido lo que supone atravesar el Atlántico para llegar a Nueva York y le añado los kilómetros que hay para cruzar después desde Nueva York a San Francisco. Todo eso, a ojo de buen cubero, vienen a ser unos 9.000 kilómetros. Pues a Indonesia todavía hay más.

De Amsterdam a Kuala Lumpur son doce horas largas de viaje que lo mejor es haberlas pasado. Da tiempo de sobra para que nos den de comer a los 280 pasajeros del Boeing 777, para tragarme sin justificación alguna una penosa comedia americana titulada Arthur, para que Jesús me ilustre contándome mil detalles de los países que sobrevolamos, para dormitar un buen rato sin demasiado éxito, para pensar varias veces en lo que nos espera a partir de mañana, para hacer un sudoku y empezar otro, para dormitar otro poco y para que nos den otra vez de comer a los 280. Después de todo eso y de mucho tiempo más, por fin llegamos a Kuala Lumpur, aunque no consigo ver las torres Petronas por mucho que lo intento. En el aeropuerto, similar a todos y moderno, resaltan los llamativos jardines interiores de frondosa vegetación tropical.

Del tercer y último trayecto hasta Surabaya sobresalen los caprichosos paisajes de nubes que se forman  al atardecer sobre Malasia y la belleza suave de Martina, la encantadora azafata que nos atiende durante el vuelo y a la que despedimos con nostalgia cuando aterrizamos en Surabaya. Cambiamos rupias en el aeropuerto, justo en el pequeño puesto que hay a la izquierda nada más pasar los controles y la aduana (1 € = 11.500 Rp) y contratamos por 84.000 rupias en la caseta que hay frente a la puerta de salida de internacional un taxi azul de Prima que nos lleve al hotel Majapahit. En Surabaya los taxis son de diferentes compañías y habíamos leído que el precio habitual por el desplazamiento hasta el centro era de 35 euros. A nosotros nos ha costado 8 €, estamos encantados.


La primera sorpresa es que aquí se conduce por la izquierda y nadie nos había avisado. La segunda que el tráfico es frenético y te llevas más de un susto. Los 14 kilómetros parecen bastantes más cuando vas con el alma en vilo aunque el taxista es realmente hábil. No se esperaba las 1.000 rupias que le damos de propina (1,30 €) y antes de irse se despide varias veces con las manos juntas y con inclinaciones la cabeza.

El hotel Majapahit nos da la bienvenida a Indonesia. Acertamos de pleno en la elección. Por fuera no llama la atención, pero es un edificio colonial de 1910 con patios espectaculares, habitaciones amplias a modo de suites, muy bien equipadas, maderas nobles y una terraza espléndida ante la puerta de entrada, que da directamente al patio interior (65 Jalan Tunjungan. Tel +62 31 545 4333. http://www.hotel-majapahit.com/). Damos una pequeña vuelta por los alrededores y nos vamos cansados a dormir. Mañana será otro día.

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